¨Hace tiempo que sé que el mundo no es mío, ni mi hogar.
Si la vida es una orgía, yo voy de paja mental.
Puritita fantasía; nada menos, nada más.¨

martes, 5 de marzo de 2013

La imposibilidad de la siesta



Así como otras cosas la imposibilidad de la siesta,
es una especie de tormento.
La horizontalidad del cuerpo, a penas inmóvil,
se extiende y se proyecta a lo largo de las horas
traslúcidas y desveladas.
Todos los sonidos del mundo se concentran;
se escucha hasta la luz por debajo de la puerta,
se intenta un silencio forzado desde el espíritu a la carne
y una vez cayado el ruido de la infinita conversación interna,
emergen como enredaderas siniestras
las fotográficas imágenes del recuerdo.

La absurda sensación de un beso caído al suelo,
que fue como un aborto o como si ya hubiera nacido muerto.
La extrañeza de no haberlo recibido con la boca abierta,
a pesar de conocer su ínfima existencia,
su intención terca e inconsciente de vivir,
ese misterioso apego a la supervivencia.
Damos vueltas, o da vueltas la habitación
por universos ajenos al nuestro, y así, llegan los supuestos;
las cosas que haría si yo no fuera, o si fuera él, o si fuera los otros.

Pienso en algunas manos, húmedas y tibias,
que no son las mías, frías y huesudas.
Mis manos como la muerte misma,
mis manos de muerte,
mis manos muertas.
He rodado, casi por dos horas, en desiertos sin sueño.
Si me comiera las uñas, sólo me quedarían los codos.

Y también se arrima música,
la ondulación gravitatoria en la que me trasporta;
los tambores que me laten en el pecho,
el piano en el que bailan las manos.
Ahora lo se, antes no lo sabía,
ahora entiendo la contradicción inherente a mi espíritu,
Soy una mezcla de conquistador y conquistado.
Muy a pesar de mi, soy el bueno y soy el malo.

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