De la intermitente representación de símbolos,
se desprende un eco residual que se estrella una y otra vez
en mis fronteras personales.
Ha muerto un santo, y resucitado una duda,
de entre las funestas flores con las que adorné
este jardín.
A final de cuentas,
las que aún guardo en el bolsillo
por si fuera necesario hacer un descargo
en algún gallardo enfrentamiento
con la humanidad entera.
Es un temporal, una tormenta de sangre
y verdades que no me habían sido presentadas.
Una confesión,
como puño en la boca del estómago
que me arrancó de un golpe
la certeza de conocer los colores
de cada estación del año.
Es el fantasmal silbido
de un disparo del pasado
que atraviesa mis imperturbables desiertos,
nuevamente.
Nuevamente?
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