No juzgaba porque nada le conmovía;
era igual una puesta de sol que mirar
como gira el ventilador en el techo,
las moscas y las mariposas, le rondaban indiferentemente grises,
en el flujo circundante de su apatía con el mundo.
Una noche, en medio de la espesura selvática
miré las estrellas, millones de ojos blanquecinos
atestaban la noche
y una bola de fuego verde nos sobre voló dejando una estela
y después, otra vez, la infinita oscuridad,
y siguió así, inmutable;
a eso se parecía, al vacío ecuánime del silencio,
a la ignorancia estática de los sentimientos,
a la imperturbabilidad fotográfica de los epitafios.
Un ente refractario que no sueña,
que no aporta, que no suma, ni quita.
Y aunque tampoco sufre
y sus signos vitales vociferan que está vivo...
Aburriría a cualquiera!
era igual una puesta de sol que mirar
como gira el ventilador en el techo,
las moscas y las mariposas, le rondaban indiferentemente grises,
en el flujo circundante de su apatía con el mundo.
Una noche, en medio de la espesura selvática
miré las estrellas, millones de ojos blanquecinos
atestaban la noche
y una bola de fuego verde nos sobre voló dejando una estela
y después, otra vez, la infinita oscuridad,
y siguió así, inmutable;
a eso se parecía, al vacío ecuánime del silencio,
a la ignorancia estática de los sentimientos,
a la imperturbabilidad fotográfica de los epitafios.
Un ente refractario que no sueña,
que no aporta, que no suma, ni quita.
Y aunque tampoco sufre
y sus signos vitales vociferan que está vivo...
Aburriría a cualquiera!
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