No es el vacío, más bien, es todo lo contrario.
Ni es el silencio devenido de la soledad,
ni el techo convertido en cielo.
Tampoco es el parloteo de las estrellas en el patio de Lichis,
o la falta de nostalgias y tristezas que ya no me son inherentes.
No es la gente que no me concierne,
ni los romances, que no me enloquecen.
Es aprender a deletrear la nada
y respirarla.
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