Le echamos mecha a la noche.
Enturbiada mirada nocturna,
caudaloso río de versos, te escribo.
Antagónica proyección de mi espejo,
poeta salvaje de la calle,
hijo de la cresta, te leo.
Sombría embriaguez de palabras, sombra y sangre.
Tiene tanto de vino y nostalgias,
de miserias que lo visten, de garganta ardida,
de voz ahumada
y de mortales furias como la ignorancia
como el hambre.
Tiene tanto de cicatriz, de aprender por las malas,
de avenidas empastilladas y colores que gravitan.
Está tan hecho de mi prehistoria,
tan olvidado como el olvido,
tan encadenado a la libertad que lo condena;
tan próximo de mi soledad que palpita
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