Se hace la noche y todo en calma. Nada pasó hoy, y es tarde para que pase algo.
Se apagó el zumbido del día y sobre la repisa duermen las gafas de sol . Entonces, contemplo la piedra, la mido, la parto y la pico. Aspiro. Tomo el humo como si fuera mi última bocanada posible. Como si no quedara más aire que respirar en el mundo, salvo ése, llenito de humo.
Afino los pensamientos con el caos. Sobran sonidos. Apago la tele. Sobran sonidos. Apago la gente.
Ahora estamos, los sonidos que sobran y yo, sin decirnos nada; y por un rato largo nos miramos.
Me levanto. Ya vuelvo, le digo. No responde nada.
La expedición al baño ha sido todo un éxito, sólo tarde una infinidad de pasillo y cocina desierta, con su comedor y todo. Cuando volví, el ruidoso silencio seguía sentado frente a la compu. Typeando espacios en mi blog. Rellenando con vacío todas las líneas que hubiera querido decir, o escribir o pintar.
Tal vez si fuera al patio y fumara... Después de todo lo que fumé, el cáncer no es ninguna amenaza, es una promesa.
Siempre. Todos los días dejo de fumar.
Pero éste es mi último paquete de cigarrillos...
como todos los otros.
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